Devenir
Poner bajo la lupa los hilos que han tejido (y tejen) el entramado educativo nacional, dejan de manifiesto, y esto expresado desde el fuero íntimo, un genuino sabor distópico.
Cuando Aldous Huxley a principios de la década del 30 del siglo
pasado, es decir, hace casi ya cien años, esboza una sociedad futura tensada
por una serie de cables omnipresentes tanto como inquebrantables en su "Brand new world" (Mundo feliz), y el vernos hoy como entidades participantes de la
educación del siglo XXI en el marco de una nación tercermundista, es triste.
Es triste por lo profético de aquella obra.
Si a esto le sumamos la visión de Orwell en 1984, o de Bradbury
en Fareheit 451, el combo es "total". Total y aniquilante. Todos
profetas asertivos.
La Republica Argentina, apéndice del continente americano,
granero "adrede" de un mundo capitalista, donde nuestra condición de
proveedores de materias primas sigue en pie desde siempre, en cuestiones de progreso efectivo sigue sin norte.
Tal el caso de la educación en nuestro país.
No se trata de gobiernos de turno, ya que peso más, peso menos, entre una pulsión social de equiparamiento y las asfixiantes fuerza del capital, poco han dejado como corolario positivo. Se trata de una constante. Al intento de equilibrio social le sale una política de recorte.
Entonces estamos sin salida?
Por supuesto que sí. Esta espiral, como un gran torbellino nos
arrastra. Y seguirá haciéndolo, ahora, con la ayuda de nuevas tecnologías de influencia, de control. Precariedades perennes. Austeridad y mezquindades.
Que nos queda entonces?
A nuestro humilde criterio, tan distópico como el que más, la
única herramienta es la continua formación como docentes. Nuestra postura
frente al estudiantado. Niños, jóvenes, adultos atravesados por una sucesión de
corrientes de intereses que lejos de aclarar enturbian el panorama cada día un
poco más. Es una lucha a pérdida, sin más, pero aunque ínfima, un poco aquí otro poco allá, nos deja algo de ganancia.
Las normativas han ido cambiando. Se han "aggiornado".
Se han acomodado. Como una cuerda, se tensan y se aflojan.
Los agentes enemigos del bien social y el sentido común siempre han sido los mismos. Negados a lo laico, negados a lo femenino, negados a lo amplio, a lo plural, a lo distinto, multicultural, poliétnico. Negados. A las libertades. Afines a las concentraciones económicas unidireccionalmente ideológicas.
El activismo político como agentes promotores de cambios es
ineludible. Y el cambio es desde la educación. Y por ende, en el aula. En el
salón de clases. Que no alcanza porque se mantiene en la periferia de lo que es competencia de la más honda formación,
aquella que viene del hogar. Lugar donde la ausencia de referentes convierte en
vaciedad todo intento de civilización. Y dándole un giro más de rosca, comprender
los ires y venires de la historia de nuestro sistema educativo no hace más que
comprometernos como docentes en mantener clara la visión y acompañar a nuestros
estudiantes en este mar de distracciones e incertidumbres al que los sistemas
financieros, ideológicos, políticos y religiosos intentan conducirnos.
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