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Evitando la confusión: Genero y Sexo No es lo Mismo


Evitando la confusión: Genero y Sexo No es lo Mismo

No confundir gordura con hinchazón reza el dicho.

Y nunca mejor aplicado que en estas cuestiones donde todo parece harina del mismo costal mientras que la realidad dista mucho de serlo.

En asuntos relacionados con el sexo recién en estos años se revela poco a poco su verdadera dimensión, ya que hasta ahora, este tema no ha sido otra cosa sino tabú, es decir, eso de lo que no se habla. Y cuando las cosas no se hablan hay que andar adivinando y presuponiendo, actitudes que suelen poner distancia con la verdad, caldeando, a su vez, el agua de los prejuicios.


Y como la ignorancia en estas cuestiones sigue siendo el plato principal en la mesa de la vida, intentaremos en estas líneas traer un poco de claridad, mostrando la diversidad del menú donde todos los platos son, debido a la singularidad, un plato principal y donde la exquisitez del exotismo tiene el poder de acrecentar el valor de la existencia. 

Sexo, genitalidad y género, tres cosas diferentes que suelen converger en la mayoría de los individuos de nuestra especie pero que en ciertas ocasiones presentan divergencias. 

Cuando hablamos de sexo decimos femenino y masculino. Error. Deberíamos decir hembra o macho. Ni siquiera hombre o mujer, ya que estas son construcciones mucho más complejas. 
Nacer macho no te constituye en hombre. Esa será una tarea que dará o no su resultado con el paso del tiempo. 

Sexo tampoco es tener pene o vagina. Eso es genitalidad. 

Sexo es orientación sexual, es decir, lo que nos atrae. Entonces hallamos algunas opciones básicas que son: 
1. Atracción hacia el sexo opuesto: Heterosexualidad.
2. Atracción hacia el propio sexo:  Homosexualidad.
3. Atracción hacia ambos sexos: Bisexualidad. 

Esto es lo que nos atrae, lo que nos provoca deseo, es Orientación Sexual.

La orientación sexual es un atributo traído, no adquirido, no lo decidimos, sino que fluye, al punto que, si nos quedáramos sin los genitales propios de nuestra orientación, nada cambiaría. Esto es: si un hombre perdiera su genital masculino, pene, seguiría teniendo atracción por las mujeres.  La ausencia o el cambio de genitales no influyen en la orientación sexual. Nos gusta y nos atrae esto o aquello más allá de los genitales que tengamos o no. 

Cuando hablamos de género, ahí sí decimos femenino o masculino. 

El género es un atributo cultural.  El género se construye en base a experiencias y decisiones que se van tomando a lo largo de la vida. Y si bien es cierto que en líneas generales la orientación sexual va de la mano con el género, no es una regla absoluta. Hay excepciones, y muchas. 
El género es una expresión y es una elección. Y también es un sentir, es decir, una auto percepción.

Y esta se manifiesta en la exteriorización e internalización de atributos y características definidas.  Y en muchos casos no se condice con la orientación sexual. 

De manera que podemos encontrar mujeres cuya orientación sexual es heterosexual pero cuya expresión de género corresponde al sexo opuesto. Eligen no maquillarse, usan el pelo corto, ropa masculina, ademanes, actitudes, profesiones y demás cosas propias del universo del hombre. A simple vista el neófito calificara peyorativamente y aparecerán términos como machona, lesbiana, torta, todos calificativos alejados de la realidad. Ya que esos términos tienen que ver con cuestiones de orientación sexual y no de género. 
La misma ecuación para los varones que teniendo una orientación sexual heterosexual, construyen un yo femenino en base a ciertas áreas de confort que se viven adquiriendo las cualidades del otro género expresado a través de la vestimenta, modales, y un sin fin de detalles que en la confusión del ignorante también dispararán términos como afeminado, gay, marica, travesti, etc.etc. Siendo todo esto un error de apreciación en base a la falta de conocimiento ya que se trata de varones que sienten atracción sexual hacia las mujeres pero que adquieren una personalidad y aspecto con algunas o muchas características femeninas.  Y esto tampoco es transexualismo, esa es otra cuestión de las que habláremos más adelante.

Si avanzamos en este sentido, es decir, en el de comprender la línea divisoria entre orientación sexual e identidad de género trascenderemos otros paradigmas. Si estos dos asuntos no van necesariamente de la mano, significa que pueden entre cruzarse. Y es así.

Es aquí donde el término transgénero toma posesión. Si la palabra “trans” alude a la transición, entonces hablamos de transición de género, es decir el tránsito del género asignado al nacer, hacia su opuesto. Digamos que si a un individuo, en base a sus genitales de macho de la especie, se le asignó el género masculino, este transicionará al femenino. Esto se traduce en la adquisición de parte o todas las características que tenga a mano o decida trocar al femenino. Y muy importante es entender que este trueque de género NO tiene que ver con su orientación sexual necesariamente, ya que el ser “transgénero” es justamente eso: cambiar el género, esa cuestión cultural, sin que tenga nada que ver con aquello que le atrae sexualmente, con eso que fluye sin proponérselo, de un modo natural.

Estos son los casos que hallamos donde, y expresado un lenguaje coloquial, un varón decide lucir y adoptar una identidad femenina en tanto que, le gustan y se siente atraído hacia las mujeres.

Misma ecuación en el caso de aquellas mujeres que adoptan una identidad masculina en todo su aspecto y que, por su parte, sienten atracción hacia los hombres. Pero se sienten cómodas, o mejor dicho cómodos en la adquisición de todas las características masculinas, disolviendo todo atisbo de femineidad.

En ambos casos, a su vez, estos cambios que llevan a una identidad opuesta, pueden estar apoyados en terapias de reemplazo hormonal. Varones que en pos de una feminización más cabal se suministran, a través de seguimientos endocrinológicos, estrógenos tales como el estradiol derivado de la progesterona, entre otros. Y en el caso de las mujeres, la terapia de reemplazo hormonal estará dada por el suministro se testosterona, la hormona masculina que les permitirá alcanzar magníficos cambios visibles. Todo esto, y recalcando, sin que su orientación sexual se encuentre comprometida.

Luego, dentro del universo de lo transgénero, tenemos un subconjunto: el de lo transexual.

El término transexual tiene y ha tenido muchas lecturas, pero aquí intentaremos ser lo más simples posible. Estamos hablando de un individuo que, como el caso anterior, ha transitado el cambio de género pero que, además, ha transicionado su orientación sexual. Tal el caso, y volvemos al vocabulario sencillo y muy sintético de, siguiendo el ejemplo anterior, un varón que ha adoptado las características de una identidad femenina pero que a su vez siente atracción sexual por las masculinidades. Muchos de estos casos, además, son personas que deciden someterse a cambios en su anatomía a través de cirugías o tratamientos de reemplazo hormonal (TRH por sus siglas) a fin de obtener un cuerpo más acorde a su autopercepción. Hay quienes optan por implantes mamarios solamente o quienes, además, se someten a un cambio quirúrgico de sus genitales. Pero la transexualidad al igual que la transgeneridad no necesariamente requiere de este tipo de cambios en la anatomía.

De manera que la transexualidad es parte del conjunto de lo transgénero.

Para facilitar veamos esto:

Transgénero: adquiere las características del género opuesto al que le asignaron al nacer, pero no su orientación sexual.

Transexual: adquiere las características del género opuesto al que le asignaron al nacer y además transita un cambio de orientación sexual.

El término travesti alude a alguien que se viste según el género opuesto. Pero a la luz del conocimiento que hemos alcanzado en estos últimos años, es un término pobre. Un vocablo que no alcanza a conceptualizar y describir correctamente. Además, es una palabra que se ha usado peyorativamente, e incluso de un modo degradante o burlón a lo largo de décadas, tiñendo de un halo oscuro o al menos borroso a quienes atraviesan cuestiones relacionadas con la transición. Cabe destacar que muchos activistas trans se han empoderado del vocablo travesti, utilizándolo como bandera en sus discursos y manifestaciones. Sin embargo, consideramos lo antedicho y sostenemos que, además, no se adapta a nuestros tiempos. 

 Por su parte, la homosexualidad y el lesbianismo son cuestiones de orientación sexual. Pertenecen por ende a otro conjunto. Un universo que no pertenece ni se cruza con el universo trans. Las identidades en estos casos, se mantienen tal cual fueron asignadas al nacer ya que el individuo no desea adquirir una identidad opuesta. Pueden si, haber ademanes, gestos, detalles, modos, pero siempre dentro de su identidad. Entonces se verá que un varón gay mantiene su identidad masculina al tiempo que su orientación sexual está dada hacia otro varón o, para ser más amplios, hacia las masculinidades. Lo mismo en el caso de una mujer lesbiana que, manteniendo su identidad femenina, se siente atraída hacia otras identidades femeninas.

En síntesis, el género corre por una vía y la orientación sexual por otra. En algunas ocasiones se pueden entrecruzar, pero no es una regla.

Cada caso es diferente, de manera que, para saber con precisión, es necesario poder escuchar lo que cada individuo tiene que decir con respecto a sí mismo, sin esgrimir pre conceptos.


Probablemente el lector se agarrará de los pelos frente a esta información, y según la formación adquirida apuntará conceptos errados, como perversión, desviación, y demás. Todos estos alejados diametralmente de la verdad.

En conclusión, es menester aprender a diferenciar Orientación Sexual de Identidad de Género para evitar equívocos. Tomar la vida con una visión más ajustada a las distintas realidades y otorgar el maravilloso derecho de dejar ser y dejar vivir a los demás, acorde a los dictados de su propia conciencia. 



Dafne Muschnik 

Nota publicada originalmente en marzo de 2016 en este blog.

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